La Huella Múltiple, 1996-2006

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El enigma del espejo.

 

Vivimos dejando huellas por todas partes, huellas que nos incriminan, que nos sirven de coartada, que nos garantizan la trascendencia de un gesto o la contagiosa diseminación de un credo. Las apariciones y los milagrosos actos del Señor deben haber sido percibidos, primero, por sólo uno de sus asistentes y, luego, inmediatamente aceptados por muchos otros, con el entusiasmo y la pasión que, por lo regular, inspira la voluntad de creer y la predisposición a soñar. Tras cada huella real, existe una huella soñada que revela el semblante de un espejismo.

Una huella tiene tanto de ausencia como de evocación y quimera. Anclada entre un deseo que le precede y otro que le sucede, pone al descubierto su transitoriedad, en el proceso de una acción eternamente inacabada. Experimenta el conflicto entre la gloria de multiplicarse y un vértigo que inexorablemente le devuelve al punto de partida. Esa es, quizás, la extraña dialéctica de la huella: su revés es un estigma de nacimiento; su éxito un signo de muerte. Las huellas no hacen más que precipitarse consecutivamente tras una imagen que huye hacia delante. Pero como un ardid algebráico convierte a un quebrado en número entero, la matriz ha dado a luz 10, 100, 1000 copias, marcadas a la izquierda por la fracción y a la derecha por el Creador: 1000/1000 = 1.

Somos cada uno de nosotros mismos una huella, ejemplar de una extensa tirada o copia numerada de ediciones limitadas. Cual pliegos entintados recién salidos de la prensa, somos también ese vulnerable modelo que se debate entre ser original y múltiple; heterogéneo que se anega en lo homogéneo.

Como toda huella que se precie de serlo, nos sometemos a un proceso selectivo, a la “prueba de estado.” Subir el matiz de algún color por encima de otro, rectificar un exceso de contraste, delinear algún contorno con la precisión del buril, borrar. Borrarnos, tal vez. Por supuesto, la selección no culmina en la primera prueba. Toda huella que se precie de serlo, también deberá transitar entre las huellas de otros, probar su naturaleza: huella disfrazada de múltiple, múltiple disfrazado de originalidad, origen disfrazado de destino, destino atado al modelo... Clonada y agorafóbica, la huella se oculta en la multitud evitando distinguirse demasiado, se va disolviendo entre incriminaciones, coartadas, gestos trascendentes y / o contagiosos credos. Si no la delata su número de folio, será solamente una frase reproducida muchas veces. Bueno, al menos aparentará serlo lo mejor que pueda y su singularidad seguramente pasará inadvertida.

Se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras. Pero mil palabras, repetidas una vez tras otra, llegan a tener un efecto abracadabrante y místico sobre las multitudes. Su tediosa monotonía va generalmente acompañada de una poderosa tendencia contaminante; y dominado por una especie de hipnotismo verbal, uno puede descubrirse un día repitiendo esas mil palabras, casi literalmente, como una pertinaz mancha de tinta impregnada en el criterio. Ese debe ser un desafío enorme para la imagen, sobre todo si su génesis se halla sitiada por tanta letanía y por la compulsión inconsciente (o consciente) de ser eco. La imagen puede pagarle al verbo con la misma moneda. Ya se ha visto antes a una mano lanzando, sobre alguna céntrica plaza, una imagen en letra impresa con una “tirada” que alcance a todos los transeuntes. (1)

Pero habrá que tener cautela; en tales casos resulta imposible predecir, con suficiente certeza, si la “huella múltiple” caerá en cara o cruz. Sucede que muchos no están entrenados para entender de qué se trata o autorizados para aprobarlo; mientras que otros, por propia experiencia, comprenden demasiado bien una imagen que vale su peso en verbo.

Ya sabemos que la aspiración de las masas actuales es “acercar espacial y humanamente las cosas.”(2) Si la huella es residuo y sustancia emergente, copiaremos con esa materia prima un escenario y dejaremos que la ciudad, la sociedad y sus protagonistas entren en la escena. Será menester construir un andamiaje de imágenes y palabras con las más recurrentes resonancias que tengamos a mano.(3) Bastará hacerlas más “cercanas” a la audiencia, tocando con ellas no sólo sus ojos y sus oídos, sino sus almas y sus voluntades. Es entonces cuando todos juntos –el creador y su público-- se convertirán en los actores de un gran drama, en el cual las cosas y la ilusión estarán tan cercanas entre sí, que con ellas podrá construirse una gran matriz para copiar muros. No demasiado altos, justo lo indispensable para que las masas se sientan “humanamente” próximas al límite. Si fuera preciso les vestiremos con muros vaciados en un molde común, prensados por la misma plancha. Sorpresa: la uniformidad ha escamoteado todas las evidencias; y ahora que todos estamos cortados por el mismo patrón, nadie sabrá quién es quién. Claro que, entre bambalinas, siempre habrá algún resquicio para la duda, la versatilidad y la improvisación. Pero en escena todos tendremos que repetir el libreto ajustándonos al “original”: “...la consigna que sostiene la magia preformativa del ritual es conviértete en lo que eres.”(4) Una huella vestida con la piel de otra puede ser, aunque suene paradójico, una que se convierte en lo que ya es.

La matriz tendrá la autoridad de un César. Reservándose exclusivamente para sí la “manifestación irrepetible de la lejanía”(5), seducirá a toda una legión de seguidores con el privilegio de una unción casi taumatúrgica, para luego doblegarles a golpe de reproductibilidad mecánica. Sin embargo, en el teatro de las multitudes organizadas, seriadas y correctamente numeradas, un ejemplar del rebaño puede –ya lo he dicho antes-- eludir la disciplina del modelo y descarriarse en la diferencia. A cualquiera – incluso al mismísimo César-- se le escapa un borrón. Será alguna copia que ha reconocido su “diaria vocación de suicida” (6) y se resiste obstinada a seguir el modelo que le transformará en estandarte. Cada copia rebelde será una “bandera” aislada; su desemejanza anuncia su auto-exclusión. Cualquier sed de autonomía deberá ser corregida con urgencia, antes que se extienda virulenta. Confinada entre límites y números de serie, perturbará sus rutas, caminando en círculos en redor de su soledad. Pero aprenderá bien a ocultarse en el ejercicio de ese rito “purificador”, disimulándose en una materia jabonosa, dúctil y resbaladiza que paso a paso absorbe su rastro. (7) A tanto sacrificio se debe probablemente el valor de una “prueba de artista”, apartada por disentir del César que toda copia lleva dentro.

Es curioso como, en su desacuerdo, la copia dócil y la copia rebelde abrevian la distancia que les separa. Una confiesa su verdad en la falta de opinión; la otra, en cambio, respira por la herida de la serie. Pero ambas se inmolan en propia defensa, siguiendo un “natural” instinto de conservación.

La huella debe su prestigio no a su perdurabilidad, sino a su eficacia. La más efímera de las huellas puede tener consecuencias de vasto alcance; mientras que una reiterada hasta la saciedad puede tornarse indeleble, por el desgaste de sus contenidos en la avalancha del múltiple. Nadie se escandalice si sobreviene alguna impredecible vuelta de página; es cosa frecuente observar que un dia se anatematiza lo que la víspera se aclamaba. El prestigio no admite polémicas. Prestigio sometido a discusión es ya prestigio arrebatado por el fracaso.

Le acontece a la huella, lo que a Narciso. Cautivada por su prestigio se contempla largamente en el espejo. La vanidad le impide descubrir que de oscuros tintes depende su existencia, que de máculas se alimenta su éxito. Sucumbe la huella incauta que emprenda una carrera hacia la pureza. Las manchas van desapareciendo paulatinamente, hasta desvanecerse la imagen. Asoma su rostro, entonces, la castidad de un límpido pliego; triunfal, pero completamente vacío.

Eugenio Valdés Figueroa, La Habana, 2002.

Notas:
  1. Me refiero al performance de Ezequiel Suárez titulado La Mano, realizado durante la segunda edición de La Huella Múltiple, Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, La Habana, 1999.
  2. Walter Benjamin. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. En Discursos interrumpidos I, Taurus, Barcelona, 1973, p. 24.
  3. Taller realizado por el artista puertorriqueño Antonio Martorell (Instituto Superior de Arte, La Habana, enero, 1997) durante la primera edición de La Huella múltiple. El taller consistía en la realización en xilografía de la escenografía, vestuario, y puesta en escena de una obra de teatro inspirada en un juego de ajedrez.
  4. Pierre Bourdieu. Citado por Néstor García Canclini, en Culturas híbridas. Ed. Grijalbo, México D.F., 1990, p. 180
  5. Me refiero al “aura” de la obra artística, según Walter Benjamín. Ob.cit.
  6. Se corresponde con el título de una calcografía de Sandra Ramos: Mi diaria vocación de suicida, 1993
  7. Hago alusión al performance de Angel Delgado, titulado Señales de adentro, realizado durante la segunda edición de La Huella Múltiple, Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, La Habana, 1999. El artista caminó en círculos, durante una hora, sobre una superficie de jabón humedecido. Este performance se relaciona directamente con su exposición personal titulada 1242900, que realizara en septiembre de 1996 en Espacio Aglutinador.
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