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...Hay momentos en que el agua me ciega y me acobarda,
en que el agua es la muerte donde floto:
Pero abierta a mareas y a ciclones, hinco en le mar raíz de
Pecho roto.

Dulce María Loynaz

Bañada por las olas de la mar océana, bulle la historia de una Isla , con el sabor indeleble de aquella utopía figurada por Tomás Moro hace más de quinientos años . A la sombra de la bahía de La Habana se despliega una ciudad que se resiste al arcano e inquebrantable poder de las aguas; ciudad híbrida, mestiza, formada por hombres llegados de todas partes, mezcla de tiempos, de culturas, de espacios; convivencia feroz, pero armónica.

Nuestra vida es la historia de las casualidades, la confluencia de azarosos encuentros, a veces desencuentros, de personas y acontecimientos que solemos llamar coincidencias, pequeños o grandes instantes que se refugian en los intersticios de la memoria. Quedarán atrapados así los inevitables recuerdos de estos tiempos en los que, pese a todo -sospechosos silencios, "perdonables " olvidos-, hemos apostado por vivir y crear en la grandeza espiritual, cultivando el don de la persistencia en momentos en que los devaneos y trampas de la Historia-y de las aguas -han hecho de lo suyo por estos iluminados y siempre húmedos rincones .

Alguna vez Virgilio Piñera , en uno de sus Cuentos frios (''Natación ", 1957) , confesó haber aprendido a nadar en seco. Entonces sub vertía , entre otras cosas , aquello que alguna vez también dijera Sócrates de que un elemento no puede asociarse a su contrario. Transgredir esa distancia entre antípodas, aparentemente irreconciliables, parece ser el sino-ya no se si falta-de todos los que habitamos este pedazo de mar. Un mar que prefiere ser isla, tullida y deforme, cargada de brumas, donde la fiebre no es indicio de enfermedad, más bien de preñez de ideas; una isla donde la fábula hace burla de la altisonante realidad para acabar con tanto que se sabe de su antinomia.

Muchos deciden emprender el viaje, liberación tan escabrosa como alentadora, un acertijo que obliga a regresar, acaso la verificación del esquema borgeano del eterno retorno. Otros juegan a conservar aquella voluntad de hacer amanecer, mientras, de cara al mar, rumian penas -que también saben nadar- y hurgan en nuestras cicatrices, sueños y miserias.

Sandra Ramos es de esos artistas capaces de pulsar la tensión de un territorio que viste su pedestal con armazón de arena. El Bobo de Abela, Liborio y Alicia, la niña que supo mirar hondo, todos asisten a la mano que no se permite dejar de regar la herida, allí donde está más abierta, donde la llaga se hace más profunda, donde siempre nos duele, nos lastima. Por eso alista maletas, apenas el continente de un corpus semántico, espacios donde se entremezclan fragmentos de memorias, decepciones, angustias, obsesiones e ilusiones de los que prefirieron partir. El tiempo, ese de quien Milan Kundera dijera que a su paso lo baña todo con la magia de la eterna nostalgia, hace frágiles los recuerdos. Las maletas de Sandra -otra vez la aparente contradicción- no son simples objetos de viaje, sino que se erigen en el refugio necesario que clama el emigrado para borrar la desmemoria y prolongar, atrapar o preservar aquello que se niega a perecer en el pasado. Pero sus valijas, y su obra toda, son además ensayos antropológicos que desde su mismidad, reflexionan sobre la historia -nuestra historia- que inevitablemente hemos protagonizado, son las experiencias de un sujeto colectivo atravesado por disímiles contingencias.

Esta poética del desplazamiento -y con ella todas sus implicaciones- se ha instaurado en un tópico diagramador de los derroteros expresivos de una buena parte de nuestra más reciente producción simbólica. Sin abandonar el agudo y mordaz sentido de la crítica y de la provocación que ha acompañado al arte cubano, la nueva oleada de artista ha trastrocado sus estrategias discursivas hacia la seducción, el subterfugio, la tropologización y la simulación, algunos de los disfraces más socorridos.

Ya no se trata de sumergirse únicamente en el inventario colectivo; hay un repliegue del individuo hacia su mundo particular, un hurgar en sus recuerdos personales. Esa autorreferencialidad engarza perfectamente con la mirada, ahora más interior que, distingue a la creación plástica. Y es que en los noventa, para nadie es secreto, ha acontecido un cambio de señales en los predios de las artes visuales. Los grandes relatos emancipatorios han caídos en descrédito, atrás quedaron las utopías ochentianas, se confía mucho menos en los poderes transformadores del arte, la obra se agazapa tras su status autónomo y se despoja de las formas que el compromiso social del artista adoptó en la pasada década. El retorno al paradigma estético, el rescate de los oficios y los géneros tradicionales se advierten como los procedimientos más visitados para continuar hablando de la premisa emancipadora. Como se ha dicho:

Si algo caracteriza hoy el arte cubano (a punto de convertirse en hermoso producto exportable) es su eclecticismo consciente y sus intentos por encontrar un punto desde donde, más que embellecer, se pueda acribillar con preguntas (y respuestas)a la sociedad [...].

El grabado ha sido una de las manifestaciones que con más eficacia ha desdibujado los tradicionales límites que lo enmarcan para participar de una renovación estética que lo pone a tono con las coordenadas socioculturales del momento.

Sandra Ramos, junto a otros importantes creadores -Abel Barroso, Belkis Ayón, Agustín Bejerano e Ibrahím Miranda, por solo citar algunos-, ha encontrado en el grabado el canal expresivo que le permite modelar un universo simbólico en el que la técnica se pliega a la construcción conceptual y el objeto-grabado explora asideros inéditos para la manifestación. Este afán transformador unido a la riqueza y profundidad enunciativa de sus postulados, la ha convertido en una figura prominente de la plástica cubana.

"Inmersiones y enterramientos", su última serie sintoniza con los esquemas que subyacen en la conciencia artística común. La interpretación contextual habrá que encontrarla en los enrevesados caminos del subtexto, donde la obra prefiere apuntalar sus sentidos. Sandra densifica su propuesta -remisa a comulgar con el siempre ingrato placer de la evidencia-sustantivando un yo, a través del cual, no obstante, asoma un nosotros.

El mar es aquí el sema activador de vectores de incidencia social que compromete nociones de libertad y prohibición fundamentales para entender la personalidad y el destino de la isla.

El mas es el aliviadero, es el horizonte, es el viaje, es la promesa, pero es también la barrera geográfica, es aquello que congela la expansión del hombre, es la inmovilidad.

La artista ha decidido habitar en esa "otra" isla que yace en el fondo del mar, enterrarse en la inmensidad del olvido para desde allí -tal vez por aquello de que los muertos hablan- restituir la memoria de esos que, soñando continentes, un día armaron sus botes -que quieren decir esperanza, anhelo, triunfo, fuga-bajo el signo de la imposibilidad y no pudieron deshacerse, ya nunca más, de la maldita y perversa circunstancia del agua por todas partes. Son los náufragos, que buscando la vida-¡vaya ironía!-hallaron sepulcro en la muerte, y que Sandra cobija en el puerto seguro de sus testimonios poéticos.

Se va a involucrar entonces en un juego que implica travestirse en otro parlante, para así violentar el silencio y asomar las lágrimas. Los conflictos insulares se dejarán recorrer, se contarán esde un mundo acuático. Empezaremos a entender la ciudad y sus gentes asumiendo la perspectiva de los que han quedado atrapados en la difícil mansedumbre de las olas tropicales.

Cada elemento utilizado por la creadora evoca y connota ese microcosmos: las peceras, los peces, la arena, la lluvia, el llanto. Todo se confabula para representar una realidad demasiado elocuente, tanto que no se deja olvidar.

Sandra emparienta este reino de sombras con dos universos que van siendo habituales, que nos son completamente familiares. Sumergirnos con la artista y mirar a tierra firme puede ser la estrategia perfecta para exorcizar una ceguera histórica. Estamos tan ocupados en la sobrevivencia diaria, en la agonía de trascender el mañana, en la minucia cotidiana, que miramos nuestro entorno, pero no lo vemos. Distanciarse del fenómeno -siempre se ha dicho-ofrece claridad, lucidez.

Ya la noche no alcanza a enmascarar, a invisibilizar ciertas zonas de marginalidad y de pobreza que habitan la ciudad. A plena luz del día los hombres -buzos ataviados con todo lo necesario para resistir varias horas de búsqueda, se zambullen en grandes cestos de basura. Los hay que no abandonan sus bicicletas para estas pesquisas y desde los asientos disponen de toda suerte de objetos inservibles: zapatos sumamente viejos, raídos, pomos vacíos y, con un poco de paciencia, algún que otro pan enmohecido. Sandra hace penetrar en el espacio del arte, a manera de instalaciones, estos recipientes con escenas de este tipo de labor filmadas en la calle.

El alcohol es también uno de los mundos que la creadora nos presenta. La bebida es el escape, es la evasión ante circunstancias cada vez más apremiantes. Es la solución encontrada por aquellos a quienes - parafraseando a Sabina- les da por perseguirle mar dentro de un vaso de ginebra. Ellos no abandonan literalmente la isla, pero se refugian en el ron, la cerveza para deleitarse, acaso, en el no lugar.

Comprometida con la tradición sociológica del arte cubano, las imágenes de Sandra Ramos son, sin dudas, el producto de una crisis acallada entre los sujetos y su contexto. No puedo evitar recordar aquí estos versos de Virgilio que a todos estremecen: "...El pez de la torre nada en el asfalto/ buscando su alma en las alcantarillas..." La convergencia de estos territorios (no siempre tan simbólicos) expropiados de la legalidad absoluta con su derredor. Estamos ante una artista que ha sabido como pocos, pintar, grabar y, ¿por qué no?, imaginar lo que late oculto en el alma de cada cubano y lo ha hecho alejando su discurso de lugares manidos.

Si el agua devino para Tales de Mileto en el orígen del hombre, las inmersiones de Sandra nos confiesa que esa que rige nuestros destinos es también veneno, tristeza, lágrima, palabra, camino, tiempo. La incertidumbre vuelve a acechar, amenaza, pende sobre las cabezas de las criaturas de un archipiélago que insiste en nombrarse isla. ¿Qué nos queda?: esa es la eterna pregunta. Sandra Ramos convida a asomarnos en su Maquinaria para ahogar las penas, a ratos podremos tomarnos un vaso de ron, aprender a nadar en seco, como Virgilio, y mirar ese pedacito de mar que el cielo y la tierra nos han otorgado, y donde tal vez, algún día, pueda sacar el avestruz la cabeza.

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