Sandra Ramos pertenece a ese mítico grupo de artistas cubanos que en los años ochenta inauguraron nuevos discursos y poéticas y cuya trascendencia ha estado marcada por una nítida politización y un punto de vista crítico frente a la realidad insular, lo cual tuvo su mayor relevancia y se tornó más controvertido en la segunda mitad de la década. En realidad la obra de Ramos se inserta en el panorama artístico durante los años noventa, momento a partir del cual ha estado participando con frecuencia en eventos, exposiciones y proyectos internacionales que le han permitido trascender cualquier asomo de provincianismo, a pesar de su local narrativa.
En 1994 y a propósito de la quinta edición de la Bienal, Sandra Ramos exhibió su serie “Migraciones II” (incluida en la exposición La Otra Orilla). Un conjunto de maletas de viaje, abiertas y tendidas sobre el piso, contenían escenas pintadas con historias sobre aquellas personas que desean u deciden emigrar.
Muchas de ellas sintetizaban simbólicamente la esencia del fenómeno migratorio, el desarraigo y las particulares condiciones en las que sucede este desprendimiento físico-espiritual en nuestro contexto, interrumpido frecuentemente por la muerte, cuando se produce de manera furtiva.
La trascendencia y connotación de estas obras fueron extraordinariamente notables porque, realizadas en 1993, se exhibían justo en un momento de crisis migratoria estimulada por la política norteamericana, que provocó una dramática situación interna en el verano del 94, con una masiva partida de balsas y embarcaciones inseguras, hechas por grupo de individuos en irracional acto de escape. Las maletas aprehendían la angustia existencia del que se marcha, se convertían en retratos colectivos que definían el alcance social e ideológico del fenómeno de la migración en Cuba. Dentro de la voluntad de trascender lo descriptivo y lo puramente anecdótico, Sandra reflejaba la repercusión psico-social de un asunto que, en nuestro país, deviene traumático, abordaba el conflicto desde una perspectiva ética y social.
La referencia a la distancia se hacía representativa de la incomunicación, de las zonas de silencio y la ausencia irremplazable. Los objetos-recuerdos exaltaban la visión humanizada acerca de una situación que es siempre conflictual. Pero Sandra también intentaba ofrecer otros puntos de vista y provocar una reflexión más desprejuiciada sobre “el viaje”, sobre el acto migratorio y movilizar en más de un sentido, los juicios acerca del desarraigo, la ruptura familiar, social y la intolerancia. Este viaje, que continúa sucediendo en circunstancias extremadamente frágiles, en términos físicos y políticos, supone una renuncia irreparable, una partida que ocurre en una sola dirección, sin equipaje y sin retorno.
Como muchos artistas cubanos, Sandra también recurrió a nuestra condición insular, la isla y todo el universo tropológico, a partir del cual se ofrecen las lecturas sobre nuestras esencias, el supuesto aislamiento, las tesis deterministas y la vocación al desplazamiento. Convertida ella misma en la isla de Cuba, trató de representar el nivel de relación con el resto del mundo y las obsesiones que se manifiestan frente a estados extremos. En obras como “La maldita circunstancia del agua por todas partes”, grabado en metal de 1993, discurre y cuestiona el sentido con que solemos jerarquizar los discursos sobre la insularidad, el concepto de identidad, la tendencia a sobredimensionar o magnificar símbolos asociados a la nacionalidad y el exceso de la cita autorreferencial. Pero ese interés o acercamiento insistente tiene que ver con la psicología del que habita en esta tierra dotada para la extroversión, plena de fascinantes cruzamientos y de una química “mítica”.
El ojo de Sandra también se ha desplazado en otros asuntos, de igual interés social, sólo que los escenarios son las calles de la ciudad. Trae así a sus instalaciones y videos, objetos que forman parte de esa solución económica alternativa. Emergente, que trata de dar respuesta a algunas carencias de la población, pero que al mismo tiempo origina otros problemas sociales, lo cual se refleja en “Máquina para ahogar las penas” (1999), que es un carro-tanque que se destina a la venta de cerveza o ron. Asimismo capta nuevos fenómenos que, ocasionados en las condiciones de crisis, cambian la semblanza de nuestro contexto urbano. En el caso de las personas que buscan materiales y objetos en los basureros, que pueden ser reciclados.
Evidentemente la artista propone una observación connotativa, una aguda mirada que nos conduzca a una toma de conciencia crítica acerca de lo que no es realmente una solución a los problemas, ni siquiera un escape. Su intención es la de no ignorar ningún resquicio y se asegura de ello hasta en los títulos de las obras.
Recientemente otro motivo inédito en su trayectoria mereció su muestra personal Promesas: los actos de fé y peregrinación dedicados a San Lázaro, venerado santo católico que, representado también en la Regla de Ocha o Santería como Babalú Ayé, recibe una de las más conmovedoras y multitudinarias ceremonias en su santuario en El Rincón . Exvotos, esculturas de cerámica, fotografías digitales, videos y textos, entre otros recursos técnicos y objetos, recrearon la esencia de una de las más notables demostraciones religiosas, cargada de sacrificio y esperanza. Esta vez, Sandra involucró directamente al público dentro de su obra, que debió transitar toda la instalación y experimentar la intensidad y grandilocuencia de una manifestación religiosa, repetida desde el arte, en un momento y espacio dimensionados por impresiones y sensaciones que se expresan en los estados físico y espiritual del espectador.
En la obra de Sandra Ramos germinan y maduran muchas de las orientaciones ideo-estéticas que se vienen generando en el arte cubano hace algo más de dos décadas. A ello se une su versatilidad, la cual le permitió asumir la práctica del grabado desde una posición francamente renovadora e incorporar otras disciplinas, fórmulas, combinar soportes y técnicas, como resultado de su noción híbrida acerca de la naturaleza del arte. Y no habrá que dudarlo, sus propuestas estéticas superan la retórica de lo narrativo, el escarceo gratuito y trascienden por su alcance analítico y por la sustancialidad semántica, lo que sólo es posible al pensar el contexto desde la honestidad y el ingenio.