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Una de las principales misiones del arte consiste en descubrir territorios inéditos, desconocidos. La mayoría de los artistas dedican gran parte de su tiempo a esta actividad de exploración sin saber muchas veces que tipos de territorios tendrán la suerte (o la desgracia) de encontrar. Su objetivo no es sólo aliviar la ansiosa expectativa de los otros, sino también lograr satisfacer sus naturales apetencias por lo nuevo, por lo distinto.

Pero los que no son artistas también dedican gran parte de su vida a buscar cosas nuevas, nuevos espacios donde poder acomodar en otra posición el cuerpo y el espíritu. La vida se mueve gracias a esa imperiosa necesidad, a esa ley. Todos buscan un cambio, una mejora. Sólo que cada cual realiza sus búsquedas en diferentes direcciones y de acuerdo a sus propios recursos e intereses. Unos exploran afanosamente lo terrenal, otros miran al cielo, otros registran dentro de sí mismos, y algunos miran simplemente al vacío, a la nada.

Como todos, Sandra también ha buscado en muchos sitios. Pero últimamente sus pesquisas se han dirigido hacia las zonas húmedas, fluidas, acuosas. Su trabajo más reciente constituye una gran Metáfora líquida. Mares. Peceras. Botes. Remos. Ahogos. Lágrimas. Naufragios. Todo transcurre dentro del agua- a través del agua- gracias al agua- a pesar del agua- por culpa del agua. Sandra ha logrado entender que este elemento, o sus variados sustitutos simbólicos (leche, lágrimas, sangre, savia, etcétera.) Encierran el misterio esencial de la vida. El agua es el principio del fin. Quizá la explicación.

A veces el mundo se le presenta en su estado embrionario, flotando en el cerrado espacio acuoso del gran útero cósmico. Otras veces en su condición catastrófica, hundido bajo el diluvio purificador. Todas sus visiones transcurren dentro de este informe y escurridizo elemento; todo es visto o presentado a través de este prisma. Un prisma a veces turbio, a veces transparente, pero generalmente implacable.

Desde luego que esto sucede no solamente en el campo simbólico. Su obra apunta al centro mismo de la realidad cubana contemporánea. Se haya bajo el volcán, o si se quiere, sobre el fogón. Sandra se sienta en el muro del malecón habanero a observar el movimiento de las olas. A otear el horizonte, el infinito. A esperar.

Quizá a llorar. A maldecir. A cerciorarse una vez más de nuestra empecinada condición de isla, de tierra aislada, rodeaba de agua por los cuatro costados. Mira al fondo del mar y ve los cadáveres comidos por los peces de los que buscaron su ansiado territorio cruzando a nado, en botes, en frágiles balsas de goma el demasiado ancho Estrecho de la Florida. Ve la rizada superficie del mar erizada de peligros, de agresivos escualos. Las calles no son muy diferentes. Los niños que acosan alegremente a los turistas mientras sus mayores les roban o se acuestan con ellos por dinero o la promesa de un viaje o un matrimonio. Camina por la Habana y a su alrededor todos buscan, como ella, algún Edén, algunos de los tantos Paraísos Perdidos. Uno cualquiera. En algún sitio debe estar? Pero donde? Esta parece ser la más difícil de todas las preguntas.

Sandra acaba de descubrir con su obra (o de describir con su obra) la existencia de dos de esos posibles paraísos. Dos mundos ocultos, enteramente sumergidos, y de los cuales muchos no tenían noticias. Algo así como dos ciudades distintas de una nueva Atlántida? Acaso no estamos viviendo en el mundo postdiluviano? No es cierto que todo se ha hundido por causa de la inmoralidad, la falta de honestidad, de bondad, la pureza? La Atlántida de Sandra no es, desde luego, aquella tierra portentosa de la que hablaban Platón, Blake o HPB si no otra muy diferente, cuyos empapados tesoros no son precisamente la Virtud y la Antigua Sabiduría. Su Atlántida pertenece a un estrato mucho más abismal y a la vez más cercano, más próximo de lo que habíamos imaginado. Su hallazgo sólo requirió de una breve inmersión, de una vulgar y común zambullida.

Alcohol y Basura pudieran ser los nombres de estos dos miserables paraísos o pseudo paraísos que Sandra ha descubierto para nuestra vergüenza. Para alcanzar el primero no es necesario realizar propiamente una inmersión sí no más bien una ingestión, una absorción. El alcohol, la cerveza- como el mar- en este caso es el vehículo, el medio sobre el cual transportarse mentalmente fuera de este mundo. Un viaje breve, pero un viaje a fin de cuentas. A su regreso el viajero es devuelto exactamente al mismo sitio. En el segundo, la zambullida es totalmente forzosa, imprescindible. El desdichado que busca acceder a este pequeño y pestilente Paraíso debe sumergirse como un buzo entre los desperdicios para encontrar sus preciados tesoros. Algunos van equipados con bicheros y garfios a la manera de los auténticos trabajadores del mar. A veces es sólo un viejo par de zapatos, un pedazo de sándwich mordisqueado o un juguete que quizás con un poco de ingenio volverá a funcionar. No es mucho, pero es algo? No es cierto?

La presentación de estas conmovedoras realidades de indigencia y evasión en las que actualmente vive una parte de nuestra población convierten a la obra de Sandra Ramos en uno de los comentarios más tristes y dramáticos del nuevo arte cubano. Ojalá logren demostrar igualmente que nuestra mejor parte se halla aún a salvo. O al menos que bajo el agua caliente que nos rodea alguien ha logrado mantener los ojos bien abiertos.

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