Nada hay más difícil, y acaso más inútil que procurar un juicio sobre aquello que evidencia, desde el primer momento, una altura estética innegable y que comúnmente reducimos al calificativo de obra de Arte. Lo sabe el creador, pero también ha de saberlo aquel que enjuicia pues toda palabra no ha de ser sino humilde en el acercamiento a esa verdad. Existe, sin embargo, una emoción que se pretende o que resulta necesario trasmitir y para la cual, aún los más acuciosos argumentos son un balbuceo apenas.? Como obligar, como ha obligado entonces a esa emoción la obra de Sandra Ramos? Sandra, se sabe es uno de los nombres más importantes, imprescindibles de la plástica cubana actual. Premio de La Joven Estampa en 1993 y del Salón Nacional de Grabado de 1994, ha expuesto, entre otros espacios, en la galería Whitechapel de Londres, el Forum Ludwig de Aachen, la Feria de ARCO en España y la Bienal de Bhopal en la India. Detrás de su obra está ante todo, la elegancia de haber sabido transmitir su desgarramiento, su mundo privado como el desgarramiento inherente a la crisis cubana; un yo lírico que sublima el dramatismo de la circunstancia y que la desplaza hacia campos más propicios para el disfrute estético que la mera documentación, el grito airado, o incluso la banalidad de la era teórica. Es ello y no la circunstancia por la circunstancia, cualquiera que ésta sea lo que le ha permitido a Sandra tocar con maestría la esencia de la convulsión: la ruptura entre los valores que se pretende inculcar y la realidad de esos valores, que lleva al descreimiento.
Dar esa realidad con recursos formales que ocupa el mundo de infancia, con su colorido esplendor y ligereza es tal vez el más alto contraste, la más alta ironía, el tour de force de la muestra que hoy inauguramos, el paso de la niñez a la adultez como el paso de la fantasía a la realidad que niega esa fantasía. Una poética del aprendizaje mediante la cual la circunstancia cubana queda inmersa en un drama mayor, inherente a la dolorosa condición del hombre.
Esa misma madurez le permite a Sandra entender otra de las graves circunstancias cubana que marcan esta muestra: el tema del viaje. Más que migración, exilio, o ruptura familiar, o después de haberlo entendido de este modo, el viaje conforta aquí la virtud de caracterizar una de las constantes más dramáticas de la cultura cubana: la insularidad. Agravada la insularidad geográfica por la insularidad política, el viaje se revela como su contrario: la inmovilidad, la dolorosa inmovilidad. Y luego está el mar, ese mar tan olvidado en la plástica cubana y que Sandra sugiere inserta no como paisaje sino como protagonista.
Todo por supuesto, es inseparable que la sorprendente habilidad con la que el laborioso Arte de la calcografía adquiere color y luminosa prestancia.
Esto y más es la obra de Sandra Ramos, pero ese más queda fuera de estas palabras, quedará afuera aún de muchas otras.